5.1.10
Viaje al interior de los Shawis
Los shawis, una comunidad de 17 mil miembros, que realizan actividades tan occidentales como la procesión, mantienen su identidad en la selva norte.
Por Ricardo León
POCO ES LO QUE SE CONOCE sobre la etnia shawi. Que habita una porción de la región Loreto, lejos de la ciudad, a un día de viaje por río desde Yurimaguas. Que es una de las más numerosas de la Amazonía, con cerca de 17 mil miembros más bien dispersos. Que de ella proviene el tristemente célebre dirigente Alberto Pizango. Que sus miembros fueron contactados recién en el siglo XVII. Que el grupo ha recibido influencias socioculturales de los esclavistas españoles y de los misioneros. Que soportaron el asedio de los extractores de madera y los buscadores de petróleo. Que por el fenómeno del caucho recibieron visitas inesperadas de comerciantes desesperados. Que ahora sus recursos se han visto desvalorizados. Que han vuelto finalmente a la marginación.
Como explica el antropólogo Aldo Fuentes: “un pueblo que ha logrado mantener su identidad a pesar de los procesos que se ha visto obligado a sufrir es un pueblo que tiene mucho por enseñarnos”. Fuentes —autor del libro “Porque las piedras no mueren”— se internó durante años en la comunidad de Pueblo Chayahuita, entre las cabeceras de los ríos Sillay y Paranapuras, para ser testigo presencial del modo de vida de este grupo indígena. Él cuenta que algunas costumbres occidentales en esta pequeña aldea estaban tan absorbidas por los shawi, que un grupo de pobladores realizaba cada año ceremonias católicas por Semana Santa, con procesiones incluidas.
Sin embargo, son los propios shawis (o chayahuitas, como los llamaron los españoles) los que intentan mantener intactos algunos de sus lazos culturales.
Llama la atención, por ejemplo, la comunión entre los pobladores de estas pequeñas comunidades y el río. El río es un medio de transporte (cada vez más contaminado); es también fuente de alimentos (cada vez más escasos) y es un espacio para el recreo. Lo mismo ocurre con el monte, donde se recogen los vegetales y donde se caza.
Pero este vínculo con la naturaleza es también sensorial, místico. Los shawis son reconocidos en la selva norte del país por tener, en términos chamánicos, poderes espirituales utilizados para imponer respeto. Se sabe, por ejemplo, que durante las largas y cruentas disputas territoriales entre los nativos shawi y los aguaruna, estos últimos culpaban a los chamanes de la etnia rival como causantes de todos los males, enfermedades y desastres naturales acaecidos.
Quizá por eso, en una comunidad shawi el chamán es, en estos tiempos, un personaje casi invisible, mágico. Es una persona a la que uno se refiere con temor. Si asumimos la selva como un universo de símbolos, los poderes del ayahuasca juegan aquí su propio rol. Acaso los shawis, desde su marginación, sabrían explicarlo mejor que nadie.
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